miércoles, 7 de diciembre de 2011

En el parque.

La luz del sol a media mañana presagiaba un día con cierto olor a Primavera, uno de esos días donde el sol calienta ligeramente mientras la helor del aire se deposita en la ropa. Y aunque eran las nueve en punto, con el frescor de la mañana todavía presente y una humedad muy alta en el ambiente, podía saber que ese iba a ser un buen día. Ataviada con su rompa de hacer footing , Elena había salido como cada sábado a ejercitarse un poco, como decía ella ‘mover un poco el esqueleto’, cosa que graciosamente le recordaba a Alaska y Dinarama, un grupo de música de su infancia. Pese a ser treintañera, y ya con muchos años fuera de casa de sus padres, todavía llamaba a su madre para decirle donde iba a estar en cada momento, y la conversación de hoy había sido como la de todos los sábados. En definitiva Elena no pensaba que pudiera haber nada diferente en aquel sábado de otros tantos. 

Tal vez eso no fuera así.

Con la música en su Ipod mantenía el ritmo de la carrera constante, una música que no le gustaba demasiado pero que le hacía correr mecánicamente. El parque que lindaba con las vías de tren de la ciudad era perfecto para correr, por su extensión y por la agradable vegetación, con un pequeño lago incluido. Una  hora más tarde, cuándo estuviera estirando los músculos, podría ver tranquilamente los padres y madres con los niños yendo en bicicleta, jugando al balón o simplemente paseando, era bastante agradable ver aquellas escenas, y hasta relajante. Corria manteniendo la respiración con un ritmo constante, totalmente absorta del exterior, combinando pasos certeros sobre la tierra, que estaba un poco humedecida por las recientes lluvias de días atrás y que le obligaba a dar algunos saltos evitando el barro que se formaba en las imperfecciones del camino. De repente tuvo la sensación de que no iba sola, de hecho era cierto, no iba sola. Miró por el rabillo del ojo y pudo ver a un chico que iba un poquito más rápido que ella acercándose y poniéndose al mismo nivel.  Sin querer fijarse en él, al menos de forma descarada por su parte, pudo observar que tenía más o menos su misma edad, de tez ligeramente morena, ojos verdes y el pelo corto, no mucho más alto que ella. Eso sí, bien vestido, totalmente ataviado como si hubiera salido de la primera tienda de deportes y a la última moda. Se fijó un poco más y observo que a su nuevo acompañante se le notaba realmente angustiado para poder adelantarla. En ese momento, con la cara de extrañada que Elena mostraba en su cara, el chico se puso a correr hacia atrás, cosa que hizo que Elena bajara un poco el ritmo, únicamente por desconcentración.  Acto seguido, el inesperado acompañante  aceleró un poco mientras sacaba un papel y lo mostraba con las dos manos :”Como”  era la palabra que éste lucia. A continuación lo guardó mientras sacaba otro papel  que rezaba “Te” . Elena se sentía confundida, no había nada que le molestara más que los moscones impertinentes, y este tipo parecía que no estaba muy centrado en correr precisamente, frunció el ceño mientras el desconocido sacaba un tercer cartel : “Llamas?” . Elena había ido bajando el ritmo hasta hacer de una carrera una simple caminata rápida. Le salió una sonrisa sola, sin pensarlo dos veces se paró y se quitó los cascos de Ipod. El chico, con cara de triunfador y conquistador sagaz, como aquel que sabe la respuesta que nadie más sabe de  un acertijo, paró y  se puso de cuclillas.
-       - Uff.. – resoplaba mientras intentaba levantarse y mantenía flexionadas las rodillas apoyando sus brazos sobre ellas – ¿sabes? Corres muy rápido, he tenido que entrenar para poder pillarte.
Elena permanecía inmóvil, quieta, pero con una sonrisa de duende, de  niña que va a hacer alguna maldad, en ese momento se acercó al chico, que prácticamente no podía mantener la respiración controlada, y le susurro al oído :”Si me pillas te daré mi teléfono, y si te doy mi teléfono me tendrás que invitar a un café. Además , llevas una ropa muy mona, no estaría mal que la usaras un poco.”
En ese momento Elena empezó a correr mientras se colocaba de nuevo los cascos, alejándose rápidamente del lugar.

-           -¡EH! ¿Y no quieres saber cómo me llamo yo? – gritó el desconocido mientras se alejaba, pero prácticamente no le oyó.

José, que es el nombre del inesperado acompañante, se sentó en el suelo, guardó los papeles y empezó a pensar. Eso de correr no era lo suyo, pero de repente tenía un plan.
Al sábado siguiente Elena se vistió como siempre, llamó a su madre y se colocó su Ipod. Bajó por la calle hasta el parque, estiró un poco los músculos antes de empezar a correr y saboreó ese momento como hacía todas las semanas. El sol brillaba alegremente y volvería  a calentar el día más tarde, trayendo de nuevo a las familias al parque a disfrutar del fin de semana. Comenzó a correr y se quedó pensando si vería a aquél chico otra vez, no se había fijado si era guapo, pero le había hecho gracia lo original que había sido.“Posiblemente –pensó-- no lo veré más, un poquito dura si que fui”. 

Empezó a concentrarse en coger ritmo cuando de repente apareció una bicicleta a su lado con José montado en ella, y un palo de escoba con  unos cuantos papeles, que al viento no mostraban adecuadamente la frase que escondían “Bueno, y ahora ¿Qué?”.Elena  seguía corriendo con una sonrisa de oreja a oreja mientras José la miraba sin mediar palabra, pero con una cara de satisfacción sublime, como quien se pavonea con la mirada de haber conseguido algo imposible para el resto de los mortales. De repente Elena se paró y abrió la boca para emitir un leve sonido y hacer un par de  movimientos con los brazos. José desapareció literalmente soltando un ligero pero angustiado grito que Elena no escucho gracias al Ipod, y acabando dentro del pequeño lago que tenía el parque,  con su bicicleta en el fondo del mismo y generando una expectación grandiosa en los pocos transeúntes que habían en el parque en ese momento, que se debatían entre la risa fácil y la ayuda rápida.

-           - ¡Sí, te doy mi número y te pago el café! –  Elena gritaba  al no darse cuenta que llevaba el Ipod  mientras bajaba a ayudarle.
-          - ¡Joder! Al menos ha funcionado! – exclamó José, con una cara de felicidad hacía olvidar que estaba empapado totalmente y con necesidad de recuperar una bicicleta de la que solo se sabía que no flotaba.