"En el mundo siempre existen dos tipos de personas, de
hecho existen siempre dos de cada cosa". Con ese pensamiento se levantó
Amandio, un personaje simple, llano y plano intelectualmente. Alisado con almidón
como diría María, su enjuta novia que todavía no entiende por qué sigue
yaciendo con él un día cada tres viernes de cada mes, como una tradición que se
ha perpetuado desde que en su quinto vigésima cita ella decidiera que debía dar
un paso más a su relación. Amandio se sienta en la cama con un procedimiento casi
convertido en ritual, mira al suelo y poco a poco durante tres segundos va
levantando la mirada hasta la pared pintada de un color verde pistacho que
podría sugerir tanto esperanza como desesperación; a su lado, mientras tanto,
sigue durmiendo María, siempre de espaldas a Amandio. Lentamente se calza unas
pantuflas desgastadas y se levanta con cierta zozobra, basada en
el dilema de hacer antes la tostada o el café, decisión al que se enfrenta cada
mañana. Una vez se incorpora, con parsimonia, anda hacía la cocina por
un pasillo que se le antoja largo y agotador, aunque realmente se encuentra a
escasos metros de su lugar de descanso, en el trayecto siempre mira lentamente
al comedor, donde entra algún rayo de luz que parece que se ha perdido e incómodamente
alumbra al polvo depositado sobre la estancia. Decide, no sin realizar antes
los gestos típicos de quién se debate sobre una decisión clave, comenzar
haciendo el café. Con su batín abierto, sus pantuflas, su camiseta de tirantes
y sus calzones presenta una estampa digna de ser observada como si fuera un
ejemplar en peligro de extinción, y así es como lo visualiza María cuando sin
aviso previo aparece en la cocina, y sigilosamente se sienta en el taburete que
se encuentra debajo de la mesa, desgastada por los años, y más bien mesilla
antes que mesa por su tamaño.
- ¿Café? - pregunta María, abrazándose a sí misma mientras
cruza las piernas. María no es bella, ni tampoco es fea, ni guapa.
- No, bueno… no lo
sé, pensaba hacer café - responde Amandio con cierta inquietud.
- Bueno, estás haciendo café, podías hacer para los dos -
María bosteza con pereza, en un tono sin altibajos, podría decirse que esta
carente de emociones.
- Pero puedo hacer tostadas si quieres - el dilema acaba de
encontrar otra vez a Amandio.
- Bueno, no sé, has empezado a hacer café.
- Pero puedo cambiar y empezar por las tostadas.
- Como quieras ¿pero vas a hacer café y tostadas, no? -
María se inquieta, y el tic nervioso de la pierna derecha acaba de hacer su
aparición.
- Sí, claro, pero es importante saber por donde empezar, no
quiero que el café se enfríe, sé que te gusta muy caliente, sin embargo me
gusta tomarme las tostadas mojándolas en café y no me gusta que se enfríen por
que entonces no puedo untar la mantequilla. - el tondo de disconformidad con
cualquier decisión acaba de instalarse en la voz de Amandio.
- Podíamos desayunar algo diferente.
- ¿diferente por qué? ¿no te gusta el café y tostadas?
- Amandio, algo diferente, no sé. - El tono de María está
muy lejos de ser instigador o desafiante, más bien se presenta como hastiado.
- ¿estás pensando en... dejarme? - Amandio, parado, refleja
en su rostro una cara de sorpresa y duda, la mejor que sabe poner, mientras que
se quiebra lentamente la voz.
María se levanta del taburete, sin mediar palabra se dirige
al baño, la conversación le ha recordado que tiene la vejiga llena. Tras pasar
por el aseo, se dirige a la cama, sin mediar palabra y se acuesta.
Un rato después, con los ojos entreabiertos, escucha desde
el fondo 'María, he hecho café y tostadas, ¿vienes?'.
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