miércoles, 30 de noviembre de 2011

Hoy es el día.


Cuando se dio cuenta ya estaba más allá de los límites que se había marcado. Dejó su cigarro en el cenicero y se puso más cómodo, echándose todo lo que pudo hacia atrás en su sillón flexible. Miraba la llama de la lámpara de aceite, brillando de manera sugerente, incitándole a seguir inmóvil un poquito más. Le propinó otra calada con gratitud a su cigarro, dejando que se consumiera con el sonido de chasquidos sordos que tanto le gustaba oir. Se sentía como en la película de Sin City, solo que él no tenía a la chica.

Se levantó y se puso el chaleco y el gorro. Le gustaba tener los brazos libres, nunca sabía uno que es lo que puede pasar. Buscó los guantes entre la ropa que tenía en la cama y los cogió a desgana, sentándose sobre las mantas apiladas. No pondría nunca más leña en esa chimenea, ni siquiera había llegado a encenderla. Sabía que eran sus últimos momentos aunque le gustaba pensar que se quedaría a vivir siempre allí.

La escopeta de caza que tenía desde que su padre se la regaló a los dieciséis años mantenía intacta las funciones para las que se había creado, con una muesca por cada una de las piezas cobradas (una costumbre adquirida de su padre) aun mostraba ese brillo que tanto le gustaba observar. La cogió y la revisó, cargada con dos cartuchos perfectamente colocados. La volvió a dejar en el suelo para enfundarse una tira de cartuchos en la cintura y otra tira desde el hombro, como si fuera una banda. "Joder si parezco el puto Rambo", ese pensamiento le produjo una leve sonrisa que se apagó de inmediato cuando oyó  golpes en la ventana, pese estar totalmente tapiada de arriba a abajo.

Se habían acabado las provisiones hacía horas, y quedaban un par de cigarros. Solamente un par de latas de cerveza y algo de pan duro. Pero no tenía ninguna posibilidad, hacía ya tres meses que las tierras donde nació se habían cubierto de oscuridad, como pasaba todos los años. 6 meses de sol y 6 de oscuridad en la tierra de Santa Claus. Tierra hostil ahora mismo.

Los ruidos se volvían sordos, eran pisadas en la nieve alrededor de la cabaña. Permaneció inmóvil en ese momento, poco a poco los ruidos se fueron haciendo más frecuentes, convirtiéndose en golpes en la pared. Sacó un cigarro quitándose el guante de su mano derecha, "Mierda de guantes, joder" se acercó a la lámpara de aceite para encenderlo. Disfrutaría de ese último cigarro sin prisa.

De repente escuchó pisadas en el techo. "Joder, hijos de puta, no me dejáis ni mi último puto cigarro". Levanto la vista y con ella la escopeta al techo y sin apuntar disparó dos veces consecutivas. Silencio. Empezó a contar mentalmente. Uno, dos, tres....hasta cien. Justo en ese momento la pared de su espalda, donde estaba el armario que contuvo en su día utensilios de auxilio, empezó quebrarse. La madera empezaba a ceder a cada golpe, un golpe sordo cada veinte segundos. Cargó la escopeta de nuevo y se encaró hacia la pared, disparo dos cartuchos, y volvió a cargarla y volvió a disparar dos más...así hasta en ocho ocasiones, sin embargo y debido a la oscuridad los agujeros no mostraban ninguna luz en el exterior. El cigarro se consumía lentamente mientras los acontecimientos se precipitaban de manera descontrolada.

Corrió hacia la ventana que estaba en la pared, tapiada con unas persianas de madera había sido lo suficientemente hábil para dejar una mirilla por el que encañonar adecuadamente. Levanto lentamente la mirilla. Respiró hondo, pegado contra la pared como si fuera un miembro de las fuerzas especiales. Comenzó a sudar y su respiración se hizo entrecortada. Levantó la mirada al techo, su melena grasienta ahora le colgaba por los hombros y las manos le pesaban excesivamente. En un gesto rápido giró la cabeza y miró fugazmente al exterior. Nada. Oscuridad absoluta. "Mierda, puta mierda". Y silencio, mucho silencio. Solo silencio. Estaba inmóvil, con la escopeta cogida con las dos manos, pegado a la pared, mirando al frente y sudando. Le sudaba todo el cuerpo. El cigarro se había consumido y la colilla estaba en el suelo todavía incandescente.
En ese momento se oyó un crujido, y de repente una mano negra apareció detrás de su axila izquierda, que sujetaba el cañón. Sin poder reaccionar, inmóvil y paralizado por la sorpresa oyó otro crujido seguido de tres, cuatro. Aparecían manos por todas partes. Para cuando quiso reaccionar estaba totalmente inmóvil en la pared, sujeto por decenas de manos mientras gritaba despavoridamente.

Eran las siete de la mañana, se despertó como hacía años lo hacía. Puntual, a las siete. Ya no quedaban provisiones en la cabaña que había sido de su familia desde que su abuelo comprara las tierras. Allí solía pasar tiempo con su padre cazando. Solo le quedaban un par de latas de cerveza y algunos cigarros.

Sabía que hoy era el día y sabía lo que iba a pasar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario