lunes, 23 de enero de 2012

El nómada (Introducción - I)

El mundo se cernía bajo sus pies, caótico y libre como siempre, guardado por seres invisibles que hacían a la vez de Ángeles y demonios. Sus pensamientos se amarraban fácilmente a cualquier suceso que caía en su campo de visión, una mujer paseando, un hombre corriendo hacía la parada del autobús... cualquier cosa que pasara delante de su mirada, eterna vigilante, era suficiente para prestarle un minuto de atención. Un minuto eterno en el cual era capaz de ver mucho mas allá de su vida, podía ver toda la vida de ese ser, de ese suceso y sus próximos acontecimientos... justo en el momento en el que todo perecía dejaba que su mente volara hacia otra vida. Así era la maldición de Toni, maldición que le había llevado a ser un nómada.


El banco estaba un poco húmedo a causa del rocío de la noche pasada, y esa mañana se levantaba brevemente el sol para desaparecer entre miles de nubes cargadas de un sentido del humor negro para los habitantes de la pequeña localidad costera. Llovería enfurecidamente, lo que provocaría que los pescadores no saldrían a faenar posiblemente en toda la semana, excepto los mas aguerridos, los únicos valientes que antaño hubieran perdido a parientes en el estallido del mar con las rocas, como si quisieran reunirse con ellos. Toni miraba las nubes con desconfianza, con la amargura de saber que tendría que volver a pasar el día encerrado en su casa, de cuatro paredes totalmente descubiertas de todo tipo de adornos, lo que el definía como 'para entrar a vivir' aunque carecía de cualquier mueble o adorno más allá de una cama, una mesa y una silla. No tenía visitas, no quería visitas. Se había mudado hacía poco tiempo, como buen nómada no mantenía vínculos en las ciudades que antes había visitado y no pensaba realizarlos en esta tampoco. Nunca sabía cuanto tiempo se quedaría, pero antes o después sabía que debería marchar.

Se sentó en el banco, a esperar que empezara la tormenta, mientras tanto tallaba figuras de osos con una navaja y un trozo de madera, era una de las actividades que le permitían sacarse algo de dinero para sus necesidades diarias. Siempre fijando la vista sin apartarla ni un momento, para poder tener calidez y paz que tanto necesitaba. Comenzó a llover, tras un estallido sordo el cielo saldó la deuda con el mar y comenzó una lluvia furiosa. Toni se levantó lentamente y empezó a andar hacia casa. Esos días eran los peores, sus demonios le insistían y le acuciaban a tomar una posición en la guerra que se cernía lentamente sobre el mundo, obligándole a dejar de huir. Sus pensamientos se volvieron rancios, oscuros y agrios para con el mundo, aunque duró un segundo fue suficiente para recordarle que tenía que tomar un camino, y que no sería fácil. Mientras luchaba por mantener su serenidad y volver a un estado de tranquilidad, se colocó la capucha y avanzó hasta el portal de la casa que había conseguido alquilar a una mujer ya mayor de la zona. Entró con cierta parsimonia, cada paso que daba emitía el ruido de zapatillas mojadas, mientras se adentraba en el comedor de la casa. Había guardado en una habitación todos los muebles de la casa, y había tapado todos los espejos con una manta, en algún momento de ese mes la casera vendría para asegurarse de que todo estaba correcto y de paso marujear un poquito con el recién llegado. Toni sabía que ese era uno de los momentos donde más sufría, pero había decidido preocuparse de las cosas cuando eran inevitables, llevando su vida a resolver las cosas en el último minuto. Para eso tenía un don.

Inmovil delante de uno de los espejos tapados, en el recibidor, donde dejaba habitualmente las llaves, se encontraba atraido como otras veces. Sabía que no podía mirar, eran una puerta a si mismo, y una puerta a mundos que no quería conocer ni recorrer, que le perseguían allí donde iba. De repente desapareció todo de su vista, sus pupilas se dilataron, su cuerpo dejó de sentir y se desvaneció golpeando en el suelo de madera. Pero él no estaba allí, el estaba viendo su casa en otro momento, veía la puerta que se abría y entraban dos hombres y una mujer, silenciosos cerraban la puerta y recorrían la casa divididos. La mujer subía al piso de arriba, por las escaleras, de forma sigilosa buscaba en cada una de las habitaciones, y finalmente daba con él. Se encontraba tumbado en la cama, inerte, vestido. A partir de ahí todo era luz. Un estallido de luz.

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