lunes, 16 de abril de 2012

Halcón Peregrino.

Era el momento más gélido de la mañana, un viento fuerte arreciaba en la azotea en la que se encontraba Manuel , al borde de su abismo personal. Tranquilamente se acercó hacía el murete que le separaba de una caída de Díez pisos. Miró a su alrededor, contemplando como se alargaba el día nublado ante la insistencia de las antenas parabólicas del resto de edificios de rascar el cielo. Le hacía gracia ver aquellas varas de metal alargarse como patas de arañas hacia el cielo buscando rasgar esas nubes densas que se cernían hoy sobre la ciudad. El viento le devolvió a la realidad. Debido a que hacía un día duro llevaba puesta una gabardina color caqui y debajo de la misma vestía de manera informal, zapatillas, suéter de lana rojo y unos vaqueros algo desgastados  por el paso del tiempo. Se vació los bolsillos de la gabardina y de los vaqueros, depositando en el suelo unas cuantas monedas y algunos tickets que se llevó rápidamente el viento. Sin embargo no hizo lo mismo con el teléfono móvil, lo miro y decidió guardarlo de nuevo en el bolsillo de su pantalón. Quedaba lejos el traje, la corbata, los zapatos lustrosos y su aire de grandeza. Aunque eso último no había cambiado, todavía mantenía deseos de grandeza que con el tiempo había aprendido a transformar en otros sentimientos algo más nobles

Lentamente subió a uno de los pilares que sostenían el murete, acercándose con peligro a una caída que era mortal por necesidad, "Ni un milagro me salvaría". Empezó por sentarse sobre el mismo, con los pies hacia la azotea, lentamente, con movimiento muy calculados fue girándose poco a poco, hasta que había dado una vuelta completa. Ahora se encontraba contemplando una caída a una calle muy transitada. "Ciertamente nadie se da ni cuenta, y eso que en las películas siempre hay alguien que mira hacia arriba" melancólicamente sus pensamientos divagaban entre la tristeza de sentirse ignorado y el pesar de querer ser descubierto por alguien, para que alguien reparara en su situación. De repente fue consciente de esta necesidad que le había acompañado toda una vida, siempre quería que alguien le observara, que alguien diera cuenta de lo que él hacía, como si nunca hubiera superado esa fase de la infancia donde llamaba la atención continua de sus padres, y  aún quería seguir llamando la atención.
Se dispuso lentamente a vaciar su mente de todo lo que no fuera necesario. Su objetivo, su fin último, su deseo era mucho más fuerte que aquel mundanal ruido que no hacía de su vida más que una rutina sin placer alguno. Trabajo, amigos, relaciones, sexo, melancolía, pesar, risas, lloros. Todo acudía a su mente sin que el lo estuviera requiriendo. "Como cuando pasa tu vida por delante, como en las películas", ese pensamiento le levanto una leve sonrisa, al darse cuenta de la irónico de su situación. Inspiró fuertemente, expiró todo el aire, encorvándose hasta que ya no pudo más. Puso sus manos en los bordes delanteros del pilar, dónde colgaban sus piernas,  tensó los músculos, se inclinó levemente, cerró los ojos.  Sintió como el aire le agitaba el cabello, como se abría la gabardina y como se creaba una sensación de vació en el estómago. Sentía como caía sin más.

En ese mismo instante se oyó una puerta metálica detrás suyo, acompañado de un grito apagándose detrás de él "¡MANUEL! ¡NO!". Demasiado tarde para rectificar, demasiado tarde para pensar, demasiado tarde para sentir como ganaba su deseo de ser encontrado, de ser  algo para alguien. Él ya había elegido su camino, pero Alexandra no lo sabía.

Alexandra se avalanzó corriendo al murete, sacando medio cuerpo del mismo, mientras gritaba. Con lágrimas en los ojos su mirada recorría en caída libre por donde había desaparecido Manuel, pero no veia nada, más que su ropa caer . Se puso en cuclillas, apoyándose en la pared mientras comenzaba un sollozo sincero, tierno y triste. El sollozo más triste que jamás Manuel podría oír. Y dos palabras sonaban, susurradas al viento "Te quiero". Entre lágrimas y negaciones con la cabeza el sollozo fue convirtiéndose en un lloro agresivo, que no dejaba de oprimirle para casi no permitirle respirar. Se puso a llover con fuerza, pero Alexandra no se movió, se quedó inmóvil hasta que notó que la lluvia la cubría completamente, devolviéndola a la realidad. Entonces se levantó, se giró y volvió a mirar a la calle esperando ver el cuerpo de Manuel, la gente, la ambulancia, el murmullo... pero no vio nada, nada más que ropa en el suelo. La ropa de Manuel desperdigada en la calle.

Se quedó paralizada, consternada sin entender nada. Miró hacia atrás, hacia el resto de la azotea y volvió a mirar a la calle. Sin pensarlo corrió hacia la puerta, escaleras abajo, movida por la necesidad de tocarlo, de verlo. Llegó a la calle empapada y exhausta, y comprobó lo que había visto desde arriba. No estaba Manuel. Solo había ropa, nada más. Paralizada y aterrada miró de nuevo hacia la azotea, pero esta vez desde la calle. Volvió a mirar a la calle, repetidamente, hasta que se arrancó bajo la lluvia a recoger la ropa de Manuel. "No pueden ser imaginaciones mías, no puede ser, esta es su ropa" Se repetía a si misma una y otra vez. Dejó de llover de repente, volvió a mirar a la azotea con cara totalmente de asombro.

Pálida y empapada, con un montón de ropa en las manos, daba la imagen de una vagabunda que no tiene ningún sitio para dormir, asombrando a los pocos transeúntes que paseaban bajo los paraguas abiertos, pese a que había dejado de llover. Mientras, un halcón peregrino revoloteaba desde el cielo, en círculos, observando atentamente a Alexandra, sin perderla de vista. Y la seguiría a todas partes. Ella aún no lo sabía, pero ese halcón le debía la vida.

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